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Mostrando las entradas de enero, 2019

Fuego

Era hermosa, santo cielo, era hermosa. Sus ojos agredían mi alma como el fuego al papel, su fantasmagórica y pálida piel era la seda que me cubría por las noches, su cabello caía por sus hombros como una torrencial lluvia. Dios, sí que era hermosa. Lastimosamente, y para mi mala suerte, el fuego que se originaba en su alma y se apreciaba en sus ojos terminó por consumirla.

Flores

  Dos, tres, cuatro flores. Amelia solía contarlas día tras día luego de su castigo, era una manera de olvidar lo que le ocurría. Habían tantas en el prado que rodeaba la cabaña que le era imposible contarlas todas, y siempre habían. Podía parecer aburrido, pero para Amelia era su consuelo. Después de todo, ¿qué más se le puede pedir a una niña perdida que vive con un hombre desconocido en medio de un prado recóndito?

Mascota

  Desde hace mucho tiempo, antes de que existiera la humanidad, la vida y la muerte han estado enamorados. Siempre separados el uno del otro, sin poder siquiera acercarse. La vida siempre gustó enviarle obsequios a su amada muerte, llevándolos por donde podía hasta dejarlos frente a su amor, para que este los acogiera por el resto de la eternidad. Eso decía Gastón, quien había entregado su corazón a uno de los obsequios que la vida había enviado para la muerte: su mascota, un dulce perro  salchicha. Aun cuando él sabía que ese obsequio no le pertenecía no podía evitar sentir un vacío en su corazón.

Ciudad (microcuento)

A través de la ventana unos melancólicos ojos observaban el lluvioso paisaje. No había mucho para admirar, solo edificios que nunca cambiaban y contemplar las gotas de agua que resbalaban por el cristal. La ciudad era triste, aburrida… pero era su ciudad; a pesar de las atrocidades ocurridas a su alrededor.

La cumbre escarlata

Uno, dos, tres crujidos. Cada temeroso paso sobre la rechinante madera delataba a Loretta, quien había ingresado a la que un día fue la mansión más famosa de la zona. La pequeña Loretta se detuvo en seco al oír un extraño crujido detrás de sí, reunió el valor y se giró, pero a sus espaldas no había nada; solo oscuridad. Sus lentos pasos dejaban el sonido de huesos rompiéndose en el aire que llevaba la niebla de la noche, el frío era palpable, y Loretta lo sabía. Aunque, ella no se interesó demasiado en la temperatura, puesto que el sutil sonido de los huesos rompiéndose bajo sus pies era insoportablemente terrorífico. Su blanco vestido se arrastraba por el suelo, obligando a llevarse consigo los huesos que yacían en el suelo desde quién sabe cuándo. La luz en el lugar era casi inexistente, por eso Loretta sentía que sus nervios iban a salirse de control aquella noche. No obstante, trataba de tranquilizarse a sí misma diciéndose una y otra vez «no son huesos de personas, no son huesos

Diario (microcuento)

  Con el corazón que le daba vueltas observaba a la chica que le sonreía tristemente. Un dolor se asentó en su pecho, recuerdos fueron y vinieron velozmente, el viento arrastró las melodías de su amor hasta el punto de no retorno; él trataba de controlar sus impulsos. Le era muy complicado no querer abrazar a la chica que un día fue su mejor confidente. Ella le entregó en sus manos un objeto pequeño: lo que un día fue promesa de amor. Él pensó en todo lo que se habían dicho, no desconfiaba de ella a pesar de las circunstancias; él sabía que los diarios no revelan secretos. Ella era el suyo.

Naranja / La política y el crimen son lo mismo (microcuento)

—¿Quién pudo ser? ¡Debemos arrestar a alguien! —No tenemos pruebas, señor. —¡Trae a la chica que dice tener pruebas! —Ella no tiene pruebas, solo afirma haber visto salir de la casa del alcalde a una chica de cabello naranja... —¡Listo! Conozco a esa muchachita de cabello naranja, ¡está demente! Asesinó a sus padres, de seguro también a la escoria del alcalde. —Eso está mal, señor, no tenemos pruebas para arrestar a la chica. Ni siquiera sabemos si es cierto... —¡Le acompañarás! No me importa si está bien o mal, tú no mancharás mi reputación. ¡Ahora te vas a la cárcel por entrometido!

Reloj (microcuento)

  Ella esperaba ansiosa, pensando en el motivo de su demora. Se arreglaba el cabello y el vestido, sonreía en el espejo. Se resignó a esperar sentada en el sofá de la estancia. Ella no se fijó en las inertes agujas del reloj; este nunca marcó las seis.

Vela (microcuento)

  Entre ellos existía una conexión, una llama de vela tan fuerte que ni el viento podría haberla apagado. Mas ninguno previó que aquella cera no sería eterna, simplemente se desgastó con el tiempo y la poca atención de los dos.