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Reto 5 líneas (julio)

¡Loado sea Satán! Juro que he visto esos ojos grises. ¡Es cierto! Le pertenecen a una bella dama que deambula por las noches en el cementerio de la calle 16. Siempre lleva una camisa blanca y rota por los costados, una falda exageradamente larga (blanca también) y en el pie izquierdo un alambre de púas. ¡Es ella, es Lucía! Oh, no te preocupes, ella solo muerde a los niños más pequeños, nunca a los grandes. Puedes jugar en las tumbas con total tranquilidad.

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Flor marchita

Ha pasado tanto tiempo, tanto tiempo, que a estas alturas no recuerdo el color de sus ojos, ni la forma de sus labios; tampoco las manos, ¡nada de nada! Lo único que conservo es ese arrasador sentimiento de felicidad cuando su recuerdo viene a mi mente, un dolor en el pecho, el calor en mi rostro. Sin embargo, y si acaso alcanzo a recordar, siento miedo. ¿Me reconocerá? Yo, desde la distancia, sí le reconocería, eso creo. Y, si sus ojos se llegasen a encontrar con los míos, ¿quedaríamos atados por toda la eternidad? O, quizá, no ocurra nada. Cuando le vea sentiré la necesidad de ir a su lado, recitarle un poema, y hasta no dejarle ir nunca más. Sostener su mano entre las mías para luego llevarlas a mi rostro y que me acaloren hasta el punto del no retorno. Le diré lo mucho que le he echado de menos y le preguntaré si ha pensado en mí tanto como yo lo he hecho respecto a su persona. Y, si se da algo, le recordaré que somos la progenie del demonio, que somos incestos, ¡que no tuvimos

Reto 5 líneas (septiembre)

Las ramas secas de los árboles producían un sonido espantoso gracias a un grupo de aves y el fuerte viento. En medio del bosque de Arosmile sus ojos buscaban un inexistente halo de luz, hasta que de pronto sintió la presencia de alguien más. Lo siguiente que sintió fue una estaca de metal que se adentró en su pecho. El terror acechaba, ¡puesto que no había sangre en su vestido! Y dolía como el desamor. Ahora su alma descansa.

La pequeña pero no menos importante historia de un fantasma

 Como cualquier otra persona caminaba yo por la vereda cuando, de pronto, el cabello se me llenó de cenizas y ese olor a humo me retorció el estómago. ¡Pero nada veía yo que ardiera! Nada de nada, solo personas tranquilas. Hasta que esas personas tranquilas dejaron de ser personas tranquilas y con sus dedos apuntaban en una misma dirección, como si se les fuese la vida en ello. Otros tantos tenían sus teléfonos celulares en mano. A mí me bastó con girar la cabeza y observar aquella atrocidad: ¡Nuestra Señora era devorada por las llamas! ¡Qué dolor inundó mi pecho, qué tristeza la que me consumía, qué desgracia la que ocurría frente a mis milenarios ojitos! Y yo que llevaba tantísimos años por la vereda, anonadado por su hermosura. Ahora, solo vería cenizas, ¡sí, cenizas! Lo más triste de mi historia es que, todos observaban y no hacían nada por intentar apaciguar el fuego. Sin embargo, yo no estaba dispuesto a dejar que tal preciosura se destruyera tan fácilmente, ¿que qué hice? Pues