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La cumbre escarlata

Uno, dos, tres crujidos. Cada temeroso paso sobre la rechinante madera delataba a Loretta, quien había ingresado a la que un día fue la mansión más famosa de la zona. La pequeña Loretta se detuvo en seco al oír un extraño crujido detrás de sí, reunió el valor y se giró, pero a sus espaldas no había nada; solo oscuridad.
Sus lentos pasos dejaban el sonido de huesos rompiéndose en el aire que llevaba la niebla de la noche, el frío era palpable, y Loretta lo sabía. Aunque, ella no se interesó demasiado en la temperatura, puesto que el sutil sonido de los huesos rompiéndose bajo sus pies era insoportablemente terrorífico. Su blanco vestido se arrastraba por el suelo, obligando a llevarse consigo los huesos que yacían en el suelo desde quién sabe cuándo. La luz en el lugar era casi inexistente, por eso Loretta sentía que sus nervios iban a salirse de control aquella noche. No obstante, trataba de tranquilizarse a sí misma diciéndose una y otra vez «no son huesos de personas, no son huesos de personas», sin embargo, muy en el fondo, ella sabía que eso no era del todo cierto.
Se decía que en aquella antigua mansión que había sido nombrada «Allerdale Hall» habían fantasmas que merodeaban cada noche por toda la casa, y que, había un anillo de muy alto costo en alguna parte de la mansión. No obstante, todos ansiaban tener el anillo para venderlo pero nadie había logrado salir de allí con vida; no hasta los momentos, pues se decía que los fantasmas protegían el anillo a toda costa de cualquier intruso en la mansión, por lo que si alguien intentaba robar la piedra, sería vilmente asesinado. Mas, Loretta tuvo las hagallas para entrar en la mansión. La jovencita de largos cabellos rubios y rizados encontró sobre una mesa un candelabro con cuatro velas encendidas, cuya llama iluminaba lo suficiente como para no tropezar con los cráneos rotos que en suelo reposaban. Loretta sin siquiera pedir perdón al cielo se adentró aun más en la casona. Por supuesto, los crujidos no cesaban, y el desespero de Loretta iba en ascenso. Mientras la jovencita iniciaba su trayecto por las escaleras que había hallado a su izquierda, sintió que alguien —o algo— pasó a gran velocidad a su lado, provocando que su vestido se sacudiera. Loretta se giró en todas las direcciones con el candelabro hacia al frente, pero no halló nada, solo huesos a lo largo de las escaleras, en el suelo. Siguió su camino hacia arriba, y se detuvo cuando hubo llegado a lo que aparentaba haber sido un día un balcón de madera oscura, pero que en aquella noche estaba roto; como si algo hubiese caído sobre él. Loretta solo pudo pensar en una cosa: que algún desafortunado individuo había sido lanzado desde el piso superior y había chocado con el balcón, lo que pudo haberle causado la muerte. Y efectivamente, bajo el balcón había un esqueleto completo, en el suelo; la columna se lograba ver rota.
Loretta sintió como sus piernas flaquearon debido al miedo que se plantó en su corazón, el mismo no dejaba de palpitar a una velocidad desesperada. De pronto, la brisa entró por el enorme agujero que había en el techo, amenazando con apagar las velas que apenas sí iluminaban el camino de Loretta, además de causar un horrible sonido por toda la casa; casi parecía que esta respiraba. Los largos cabellos de Loretta bailaron en la fría noche llena de nieve que pronto cubriría en mayor cantidad la casa.
El miedo se hacía más y más fuerte, pero Loretta no desistió. Siguió su recorrido por la casa hasta llegar a lo que parecía ser un ascensor bastante viejo. Le causó curiosidad y terror a la vez, pues este estaba lleno de polillas somnolientas que revolotearon con odio al sentir la presencia de Loretta. La joven decidió dar un recorrido, y se halló con una chimenea encendida; junto a esta había un sillón lleno de polvo, donde se lograba ver una silueta masculina sentada, una extraña silueta masculina de color blanco.
Loretta al percatarse de que quella figura la observaba, corrió por el primer pasillo que encontró: uno que tenía unas extrañas decoraciones que asemejaban arcos con púas a lo largo del pasillo, en el techo. La tenue luz del lugar era bastante azulada, terrorífica. De pronto, del suelo emergió una deforme figura esquelética de color rojo. La misma hizo su mayor esfuerzo para lograr estar de pie —aunque rengo— y caminar, a la vez que cojeaba, en dirección a Loretta, quien con sus ojos abiertos de par en par no podía creer lo que estaba viendo.
Aquel horripilante fantasma de color rojo chillaba de una manera espantosa, aterradora, anormal; como si se le estuviese torturando. Aquellos quejidos se grabaron en la memoria de Loretta, quien estaba perpleja ante aquella figura.
—Loreeettaaa —logró articular el rengo fantasma de cráneo roto.
Rápidamente, Loretta salió de allí, y bajó por las escaleras a gran velocidad escuchando el crujido de miles de huesos bajo sus pies. Como pudo se acercó hasta un piano que yacía en un gran salón, donde también se lograba apreciar, gracias a la poca luz de la luna y el candelabro, un retrato bastante horripilante. El mismo tenía una mujer jorobada y con un anillo en uno de sus dedos.
Ese era el anillo.
El frío se apoderó de Loretta a la vez que escuchaba las teclas de un piano tocar alguna triste melodía. De inmediato y como acto reflejo, Loretta se giró y visualizó la silueta de color negro de una mujer sentada en el piano, tocando aquella triste melodía. La mujer parecía no percatarse de Loretta, aunque algo le decía a la jovencita que esa mujer sabía a la perfección que no estaba sola.
Loretta no sabía si correr o gritar. Sin pensarlo mucho optó por la primera opción. Emprendió camino a través de unas escaleras de la derecha, estas a diferencia de las otras, llevaban a algún piso subterráneo. Mientras Loretta corría escaleras abajo, detallaba las paredes cubiertas por una extraña crema roja que se asemejaba a la sangre fresca. Su corazón latía a la velocidad de la luz, parecía que se iba a salir de su pecho. De igual manera, no se detuvo. Llegó a lo que parecía un gran salón. Allí pudo observar seis tanques circulares; tres a cada lado. Cada uno de estos tenía una reja negra sobre sí, impidiendo casi su rotundo acceso, sin embargo, no el de la vista. Y Loretta vio que aquellos tanques circulares tenían dentro de sí la misma crema roja que por las paredes escurría. Dejó el candelabro a un lado, y con ambas manos alzó la reja de uno de los tanques. Primero observó a su alrededor, asegurándose de que no hubiese nadie allí, luego observó la espesa sustancia de color rojo. Sin poder evitarlo, sumergió una de sus manos allí, sintiendo el asqueroso espesor de aquello. Sacó su mano para observarla detenidamente y creer que su imaginación estaba empezando a salirse de control.
Ella estaba equivocada.
Loretta escuchó un extraño ruido detrás suyo, un sonido que se asemejaba al de una máquina encendida, lo que la obligó a girarse. Pero no vio nada. Regresó su vista al candelabro, cuyas velas encendidas brillaban cada vez menos. Las llamas se agitaban como si un terrible viento estuviese intentado apagarlas, pero Loretta no sentía brisa alguna. Ella sentía que el silencio acabaría con su vida en cualquier momento. De pronto, escuchó un horrible suspiro salir de la crema roja, al bajar su vista observó una vez más aquella figura roja de cráneo roto. El fantasma susurraba sin parar, e instintivamente Loretta retrocedió lentamente conforme el fantasma se levantaba de entre el pozo. La nieve no paraba de caer, y en el techo había una línea que permitía la entrada a la nieve. El suelo estaba húmedo y teñido de rojo, cual escena del crimen. Loretta, atormentada, corrió hasta unas largas escaleras de madera que llevaban a arriba. Velozmente trepó, y se halló a las afueras de la casona. Definitivamente no comprendía el diseño de la mansión, creía que no podría llegar muy lejos.
La terrible brisa sacudía su vestido, además de haber apagado las velas, la obligó a entrecerrar sus ojos. De esta manera, a Loretta se le dificultó identificar la silueta que se acercaba a ella con premura. Loretta se movió de allí, logrando tropezar varias veces con las maquinarias del lugar. Parecía un laberinto, donde la única salida era la muerte, lamentablemente. Cuando hubo hallado un lugar entre las enormes piezas de hierro, sintió como un cuchillo atravesaba, desde atrás, el lado izquierdo de su torso, causándole un dolor insoportable. Le fue inevitable caer al suelo y posar una de sus manos sobre la herida que empezaba a sangrar desmesuradamente. Las lágrimas se hicieron un lugar sobre sus pálidas mejillas, frías a causa de la nieve. Con el mayor dolor del mundo, reunió la fuerza suficiente y logró ponerse en pie. A su lado, halló una pala bastante pesada. Con ambas manos la tomó, y la elevó frente a sí, para luego girarse en todas las direcciones, buscando al progenitor de su dolor pero, una vez más, no había nadie.
Loretta sollozó a la vez que la nieve cubría cada vez más todo a su paso. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas, y su corazón, parecía perder la fuerza. Sabía que no aguantaría demasiado. Cuando se hubo dado por vencida, visualizó la mujer de color negro frente a ella manteniendo la distancia, junto al hombre de color blanco. Ambos, tomados de la mano, se acercaron a Loretta. Al estar justo cara a cara con Loretta, ellos se soltaron de su agarre, siendo la mujer la que quedó más cerca de Loretta. El fantasma, enfadado, elevó con determinación un hacha ensangrentado.
—¡NO, POR FAVOR! —soltó Loretta sin obtener resultado.
Lo único que se le ocurrió fue, el proporcionarle a la mujer un golpe en la cabeza con la pala. Pero ella no se esperaba que la pala traspasase al fantasma sin hacerle daño alguno. Loretta, decepcionada, dirigió su mirada al hombre detrás de la mujer, este la observaba con cierta tristeza impregnada en su mirada. Loretta solo rogó al cielo qu  no le ocurriese nada.
No funcionó.
El hacha acabó por incrustarse en una de sus piernas, obligándola a caer y gritar como nunca lo había hecho. El inminente y trágico suceso era inevitable, y para Loretta había sido la peor idea de su vida el intentar robar aquella joya que ni siquera halló. La sangre chispeó y su rostro, ahora teñido de rojo, dejaba ver una expresión bastante adolorida. La mujer no parecía satisfecha, por lo que tomó la pala que previamente sostenía la rubia y la estrelló contra su rostro, haciéndola sangrar aun más. En el suelo, helado y cubierto de sangre, teñido de rojo, yacía el cuerpo de Loretta, cada vez más agonizante. Lo último que escuchó, fueron las palabras del hombre:
—Por esto le llaman La cumbre escarlata.

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